Duendes demoníacos

Por: Diana Beláustegui

Cercaron la entrada a la casa y se apostaron debajo de cada ventana. No les interesaba pasar desapercibidos.

Esa noche no.

Esa noche, estaban para otra cosa.

La mujer se abrazó a su hija adolescente que no lloraba para no aumentar la tensión, pero los dientes le castañeaban furiosos y le era imposible sostener firme el palo que levantaba en alto por sobre los brazos de su madre que la protegían, que intentaban ampararla de esos pequeños demonios

Ellos querían entrar a la casa pateando puertas y ventanas, lanzando risitas histéricas y aullidos guturales, algunos roncos, otros perversamente extraños.

La casa, tipo chalet, estaba construida en una zona residencial, con arboledas perfectas y grandes jardines. Era un sector apacible, hasta aquella noche. Los vecinos estaban a unos 100 metros y tal vez tan aterrorizados como ellas.

Durante la luna llena de cada cinco años bisiestos, los duendes del monte entraban en celo y buscaban aparearse. Copulaban con las hembras bajo las hojarascas, en las cuevas, entre las copas altas de los árboles. El apareamiento los ponía violentos. Atrapaban a sus hembras, que eran mucho más pequeñas, y las penetraban de forma impulsiva, lanzando gritos locos, mientras entraban en una dolorosa y perversa mutación convirtiéndose en especie de perros enanos, sin pelos, con hocicos puntiagudos y rostros humanoides. Luego de este ritual que duraba exactamente dos días y en el cual la hembra quedaba preñada, ellos corrían como desaforados, en busca de comida y dejando salir la violencia contenida que los convertía en verdaderos duendes demoníacos.

Uno de los que golpeaba la puerta, logró derribarla. Quedó en el umbral, respirando agitado, mirando cómo las dos mujeres chillaban y se abrazaban una a la otra. El duende alienado saltó sobre ellas.

La carnicería dura casi cuarenta minutos. Durante este tiempo no existe manera de protegerse. Si encuentras a uno será la premonición de una muerte violenta.

En esas noches, hasta las hadas esconden su brillo porque el inframundo surge convertido en duende alocado, alienado, demencialmente hambriento de tu carne.