Por: Carlos Miguel García Jané
Sergio despertó sobresaltado al escuchar un grito.
-¿Qué sucede? -Sergió zarandeando a Sofía.
-He tenido un sueño horrible -zarandeada y temblorosa.
-Normal -interrumpió.
-Cállate anda. A punto de salir del trabajo, un compañero dice que nos han echado a todos a la calle.
-¿Así porque sí?
-Como lo oyes. A la puñetera calle.
-¿Y por qué os echan?
-Es un sueño. No hay razones. Tan sólo dicen que no regresemos.
Sofía, más calmada, mira el despertador digital. Marca las 04.17 h.. Sergio observa la cara de Sofía iluminada verde zombie, ojeras enormes de haber llorado, rimel corrido de no haberse lavado la cara antes de irse a dormir, borracha que iba de bllg88.
-Sofía, tan sólo es un sueño. De todas maneras, digo que es normal porque, ¿te acuerdas de que ayer te echaron del trabajo? – preguntó sardónico Sergio, que se odia por su cinismo, atribuido al aire de los tiempos -. Te echaron porque han instalado un máquina que hace todo lo que tú haces mejor hecho, económicamente más rentable, eficaz, limpia e impoluta.
-Un día esa media sonrisa te va a costar los dientes, listo, si piensas que la máquina que me suplanta no será la que te suplante a tí, todo el día dándole a un número, rellenando tabla tras tabla, sin entender nada de nada. Tú lo llamas optimizar. Yo lo llamo pantomima. Si realmente optimizaras te harías suplantar por una máquina, pero no tienes hombría y te falta valor. Es deprimente. Y encima me llamas sucia.
-Supongo que no te tengo que recordar que durante tres meses toda nuestra relación fue sexo virtual, internet ya demodé. ¡Qué ironia! Podría suplantarte por una máquina.
Siguieron discutiendo hasta quedar asqueados el uno del otro.
Al despertar por la mañana tras un sueño intranquilo, Sergio y Sofía se hallaron aburridos y ambos sin trabajo, convertidos en personas que eran la misma, con objetos que llamaban suyos y con menos vida por delante que por detrás. Sofía prepararía el desayuno. Sergió leería emails.
-No hay mail de nadie. Sólo bancos, facturas. Hay uno de WWF.
Sergio escanea con los ojos. Queda impasible.
-Roary ha muerto.
-Uno menos. ¿Quién es ese Roary?
-Roary es nuestro tigre bengalí, ¿te acuerdas? Lo adoptamos hace unos años. Ha muerto.
-Pues qué pena -atragantada en saliva de desidia.
-Si tú murieras, una pena menos. Al planeta no le faltan mujeres. Pero quedan así como tres tigres y ahora uno menos.
-Te preocupa más el tigre que yo. Me río, más viniendo de un hombre que no fue al funeral de su propia madre. Que tu madre matara a tu padre y a tu hermano en un ataque de ira no es excusa.
-Lo sé. Entiendo perfectamente los deseos homicidas hacia familiares. Tan sólo que me hubiera gustado que Roary te hubiera comido a tí. A saber cómo habrá acabado. ¿Quieres que adoptemos a otro animal? Mi madre se suicidó luego.
-Recordarás que, sin gustarnos los tigres, adoptamos a Roary porque ya no quedaba otra especie animal. Mejor adoptas una planta, no sé, una lechuga. Piénsatelo, anda.
Sofía y Sergio quedaron en silencio, como observando un luto, analizando sus palabras, dándose cuenta de sus errores. Al minuto, sin decirse nada, se habían perdonado, ojos vacíos.
-Hablando de comida -dijo Sergio animado-, ¿qué hay de desayunar?
-En ocasiones veo tontos. ¿Pues qué va a haber? Hb67 y un poco de 889jkl. Y si no te gustan, las dejas.
-¿Te acuerdas de los buenos tiempos? ¿De los tomates orgánicos? ¿De las setas de temporada? ¿De nuestra dieta macrobiótica? ¿Qué se hizo de todo aquello?
-Hay que explicártelo todo. Y luego la que tiene Alzheimer soy yo. Pues la comida pasó de orgánica y macrobiótica a anabólica y robótica. Pero no me preguntes lo que significa porque, sinceramente, no tengo ni idea y me importa un rábano de los de antes.
-Respondiendo a mi pregunta retórica, aceites de maquinaria pesada, baba expelida de centrales nucleares, vertidos químicos con residuos industriales extraídos de ríos desiertos donde agua es cosa del pasado. Delicias culinarias del segundo decenio del tercer milenio. Esa es mi vida. Y los deportes de la tele.
Se produjo un pausa en la conversación en la cual Sofia no pareció pensar en nada y Sergío, ídem. Sofía prosiguió:
-¿Qué se le va a hacer? Tendremos que comer para seguir viviendo. Además, no veo por qué no debería gustarnos. Mi tratado de Hatha Yoga no dice nada.
-¿Qué opina Irene, tu profesora de pilates?
-Lo mismo que tu tarotista: hay que seguir adelante. De todas formas, Irene, que se ha metido mucho en eso de la transubstanciación, se hizo extirpar el cerebro, dejó que su cuerpo se pudriera y se hizo instalar el órgano en un aparato cibernético que ni sentía ni padecía y es feliz, como quien no hace nada.
-La veo muy avanzada. ¿Por dónde anda?
-Ya no anda. Está estacionada, como las cabezas de Futurama, aunque no habla. Pasó de preocuparse por su cuerpo a sublimar la materia y convertirla en la energía que la mantiene despierta hasta que las conexiones neuronales se le apaguen. Dice que así ya no muere, sino que es como una vela. Siempre le gustó la poesía. Escuché que se mudó a una plataforma espacial creada por desidentes anarquistas que intentan liberar los anillos de basura espacial que rodean la Luna. No le veo la gracia. Desde que se hizo cerebro estoy muy sola. Irene era mi única amiga.
Sergio y Sofía siguieron discutiendo el resto del día. Cotidianamente, al llegar la noche, Sergio se acercó a Sofía y en un amago de beso pasó el biotubo conectado al robot enémico alrededor del cuello de Sofía y la mató asfixiándola, ésta sin oponer resistencia. Luego entró en su estudio, se sentó en su butaca y se abrió las sienes estrellándose el teclado del ordenador de canto.