Pues la poesía es la combustión espontánea de la escritura, no es de extrañar que los poetas entreguen muchas veces al fuego sus manuscritos, ya sea por encontrarlos indignos, ya (como el esteta de Wilde que los escribía en papel de cigarrillos y se los fumaba) por encontrar al mundo indigno de ellos. Salvados, más de una vez, de esa otra hoguera, estos poemas de Carlos Pintado han sobrevivido para incendiar la página que habitan.
La modestia, en esta época de pavos reales, es virtud rara entre escritores, por lo mismo que es rara en cualquier parte. Muchos de los amigos de Pintado se enteraron de que escribe poesía cuando ganó el Premio Internacional de Poesía Sant Jordi, o cuando la compositora estadounidense Pamela Marshall compuso un quinteto para piano y cuerdas inspirado en sus versos.
Ese silencio sobre algo tan central a su vida se transmite de la persona al poeta, cuyos lujos verbales enmascaran y aluden, aún cuando fingen declarar. Aquí el poeta se oculta tras otras caras, otras voces, tras los rigores del metro clásico y las arquitecturas del soneto, tras un laberinto de alusiones y citas; se oculta tras el poema como tras una máscara.
Recuerdo que la primera vez que me dio a leer algo suyo, yo (tan ignorante de sus dones como el resto) pensé que me había dado a leer por broma un poema de Eliseo Diego. Pero los ecos de Eliseo y de Borges que resuenan en sus versos son menos influencias que reverberaciones, máscaras en suma.
La aventura
De ser ya Nadie es ser acaso todos.
La modestia extraña, uncanny, del poeta se manifiesta en la ligereza del encabalgamiento, que disfraza la música inevitable del metro, y en la manera que entreteje sencilleces coloquiales para amortiguar las súbitas suntuosidades metafóricas, como cuando susurra:
Ni aquella aldaba de soñados bronces
Que oscura casa abría y encerraba
Y en la que yo esperaba y esperaba.
La repetición conversacional del “esperaba” contrasta y aminora el centelleo de los “soñados bronces”.
En alguna ocasión, empero, se impone la oriflama de epifanías como:
Ave de luz en sombras fulgurando.
Trae a la memoria aquella “sierpe de fuego con escamas de oro” en que se transmuta una lanza en un poema de Julián del Casal, tocada por la luz que ciega a Saulo.
Los mejores momentos de Pintado son aquellos en los que, más allá de la metáfora, logra líneas que encarnan lo que expresan, o que encarnan más que expresan, como este alejandrino:
Y sonoras tinieblas retumbando en lo oscuro.
Calentarse las manos en la llama secreta, viva, áurea, de estos poemas es una fiesta inesperada e íntima.
Félix Lizárraga, Miami Beach y 2009
Félix Lizárraga. Licenciado en Artes Escénicas. Ha publicado la novela Beatrice (Premio David, 1981), y los poemarios Busca del Unicornio (La Puerta de Papel, 1991), A la manera de Arcimboldo (Editions Deleatur, 1999) y Los panes y los peces (Colección Strumento, 2001). Poemas, cuentos y ensayos suyos han aparecido en diversas antologías y revistas literarias cubanas y extranjeras, entre ellas Nuevos narradores cubanos (Siruela, 2000), y Island of My Hunger (City Lights Books, 2007). Premio Fronesis de Poesía Erótica de 1999. El Grupo de Teatro Prometeo del Miami Dade College ha estrenado sus obras Farsa maravillosa del Gato con Botas y Matías y el aviador. Reside en Miami desde 1994.