Por: Felipe Clavijo Ospina
Hablar de Rossina Bossio es hablar del ejercicio de la libertad, de una forma hermosa y a la vez siniestra de intimidad, y también de la permanente contradicción en la trágica condición humana. Es dialogar del arte expresado a través de las vías de lo no convencional, de la ambigüedad y del absurdo; de sus trazos que corren obstinados por la desnudez de los ríos ocultos del corazón, para dar vida a lo que comienza a ser su obra. Una obra, en términos generales, indefinible, como ella misma con cierta timidez, lo manifiesta.
Su imaginación es tan desafiante como poderosa. A través de sus pinturas es posible sospechar la existencia de historias secretas, inenarrables; soñar con mitologías de crueldades y pasiones, con escenarios decadentes y plenos de sentidos humanos inmersos en extrañas paradojas, con lenguajes melancólicos y símbolos cifrados, como en una suerte de oscura poesía visual, que va más allá de los cuerpos, de los semblantes, de los sexos, de los objetos y de las ropas; que se intuye existencialista, como Jarry, Ionesco o Beckett.
Sus procesos creativos están caracterizados por la atemporalidad y la obsesión. Sí, Rossina la pintora, es obsesiva con sus ideas. Confiesa que la atacan, la persiguen y la torturan, hasta conseguir su propósito: ser plasmadas en su cuaderno de bosquejos. De allí en adelante, la forma final que tomen aquellas ideas – ya sea a través de una pintura, un dibujo o una fotografía-, constituye un conjuro de circunstancias cotidianas y juegos mentales que aquí llamaremos, a falta de otro sucedáneo, una magia parcial, la que ella se reserva, pues no la puede ni quiere definir.
Aunque actualmente vive, estudia y trabaja en la ciudad de Rennes, en la región que a ella le recuerda a la célebre caricatura “Astérix”: la mística Bretaña francesa, la misma de los ciclos de Rolando, de cuyas inagotables fuentes bebió Cervantes para soñar a Don Quijote; sus primeras aproximaciones al arte las tuvo en Bogotá, su ciudad natal.
En la facultad de Artes Visuales de la Universidad Javeriana de la capital colombiana, abrazó al Romanticismo, descubrió la técnica, estudió la historia del arte y además, enfrentó la ortodoxia imperante en la academia, marcada por las “tendencias” y el “arte conceptual”, algo que confiesa, muy a su pesar, también ocurre en Francia. Allí vivió su primer ejercicio de libertad en medio del caos, escudriñando a los pintores clásicos, del Renacimiento y a los de las llamadas “vanguardias” del arte moderno, bajo la metodología del “impacto y el asombro”, pero a un mismo tiempo, alejándose con fuerza de lo abstracto, de lo conceptual, y de lo hermético.
Bossio cuenta que admira profundamente a Barnaby Whitfield, a Jenny Saville y a Lucian Freud. En sus trabajos, también se logra percibir elementos que parecen evidenciar trazos melancólicos despertados por el pintor modernista Balthus.
De sus técnicas, declara abiertamente que está en contra de las etiquetas, de definirse bajo una sola y única palabra, de un nombre vacío que quizá no represente su propuesta artística de una forma integral. Por esta razón, ella prefiere experimentar, perderse en los óleos y las acuarelas, en los lienzos y las fotografías, en las ilustraciones, antes que frustrar precipitadamente sus aspiraciones. Nos confiesa que quisiera experimentar con la tercera dimensión, quizá con una forma de escultura, o tal vez con las poco exploradas fronteras dimensionales entre la pintura y la fotografía.
El presente de Rossina está caracterizado por su segundo ejercicio de libertad y un poco de azar, palabras con las que define su llegada a Francia. Además, nos confiesa con cierto alivio que Rennes está muy lejos de la caótica y desordenada Bogotá; y de las limitaciones creativas y el aburrimiento intelectual de la Universidad Javeriana, ya que, en parte, eso era lo que realmente buscaba al salir de Colombia: tranquilidad e independencia para poder trabajar a gusto, y lo ha encontrado.
Desde esta perspectiva la pintora nos plantea sus inmensos desafíos como artista latina ahora que reside en Europa. Para empezar, nos cuenta que tiene una agente en París encargada de difundir su trabajo en el medio artístico internacional y que sin perjuicio de lo anterior, ella se esfuerza en aprovechar al máximo las posibilidades de difusión que le brinda Internet, su página web www.rossinabossio.com, y las diferentes redes sociales, como Facebook y Flickr.
Sin embargo, no todo es lo que parece. Francia no es una plaza fácil para los artistas jóvenes, menos para los latinoamericanos. De hecho, no está muy bien visto que los jóvenes artistas busquen darse a conocer, menos comercializar sus trabajos. Pero hay que comer y hay que pagar la renta. Así que Rossina ha tenido y tendrá que enfrentarse al “establishment” del arte francés – como ella amablemente lo llama -, al que ha descubierto, para aumentar su sorpresa, estancado en la influencia anacrónica de Marcel Duchamp.
Pese a estas circunstancias adversas, su optimismo no decrece ni por un momento, ella explica que a su vez, en Estados Unidos, Inglaterra y hasta en la misma Latinoamérica, hay un renovado interés por la estética y la belleza en el arte, y que con ello se abren muy buenas posibilidades para los artistas emergentes de exhibir su trabajo, pero también de crecer y de tener cómo sustentarlo. Ese es, en pocas palabras, su objetivo y su plan para el futuro: promocionar y vender su trabajo internacionalmente.
Rossina la persona y también la pintora, quiere regresar a Colombia, aunque aún no sienta que sea el momento. Mientras llega esa hora, acá en Arte Libertino queremos mostrar algo de su trabajo, porque estamos convencidos de su extraordinario talento, el que navega en las indomables corrientes de los oscuros ríos del corazón, se sumerge en ellas y se vuelven uno.