“Llámeme Poeta, eso es lo que soy”
“Mientras los niños de mi natal San Andrés de Sotavento jugaban al balón, a pies descalzos, me aprendía el Nocturno III, a pies descalzos. Mi primer recuerdo de la poesía. Claro, que seguro me acompañaba desde antes, porqué nací poeta… Lo repetía y lo repetía. El Nocturno III. Me acuerdo como si fuera hoy. Era diferente… creo que siempre he sido diferente”, cuenta el maestro Danith Urango, y se ríe, con esa mirada límpida, de niño de pies descalzos, su dentadura al natural.
Conocí al Maestro hace algunos años en una tertulia que teníamos con varios amigos poetas en la acogedora Montería. Nos reuníamos en una de esas librerías, donde te avisan con emoción el arribo de un nuevo título. Cerraron la librería. Algún tiempo después, nos reencontramos en el Festival de Declamadores y Poetas de Chinú. Respiraba sus nuevos títulos “La Voz del Agua” y “Estatua Herida”. Compartimos la poesía y el ron, en un fin de semana que, seguramente, nunca olvidaremos los que estuvimos allí, a finales de 2008.
“Es el duende, el duende de la poesía. Se refiere al motor de su inspiración. El me habla al oído. Me muestra el color de las cosas. Me mostró la prehistoria. O acaso, quién, sino el duende, podría hablarme como Pterodáctilo”. Se ríe a carcajadas. “Cruzaba y cruzaba el Sinú en planchón, mientras me contaba del mundo de los gigantes. Y lo conocí”. Sigue riendo. “En mis sueños visité la tierra de los dinosaurios. Qué feliz fui. Sólo quería seguir y seguir allá. Pero todo fue para mi libro ‘Fui un Pterodáctilo’. Nunca más volví. ¿Ves? Es el duende. Él es el camino a los universos de la poesía”.
El Maestro suda a chorros, bajo la sombra de un mango, que no puede apaciguar el inclemente calor de un medio día de invierno sinuano. Su piel está impregnada de maíz. Bajo su brazo tiene dos cuadernos: en uno lleva las cuentas de la recolección de un campo sembrado del mismo cereal que le empapa su dermis, y en el otro, su poesía.
“¿Si sabes que hace un rato uno de los desgranadores (hombres de trabajan desgranando el maíz) se encueró, ‘encuerecito’, y se puso a bailar obscenidades?. ¡La marihuana!”. Lluvia de risas.
Pero no todo son risas para el Maestro, le duele nuestro planeta enfermo, el asesinato de un árbol o un pajarito. En sus poemas abraza la brisa pura de la madrugada y le dice al leñador: leñador, no tales el árbol que he sembrado para la vida, para la tierra, para el sol, para las nubes, para el hombre, para mi cuerpo inerte, leñador, no tales el árbol del ambiente, porque se muere la tierra, se reseca el sol, no brota más el agua, y te acabas tú, leñador.
“Te voy a invitar a comer mis garbanzos especiales”. Disfruta los sabores de la tierra. Los cocina a placer. Y es la comida, precisamente, la que ya lo tiene en las páginas inmortales del Sinú, con sus reconocidos poemas “Chocho de Ají” y “Cabeza de Gato”. Esos poemas publicados en su libro “Carne Salada y Otros Poemas” y que lo llevaron a ganarse una Residencia Artística del Ministerio de Cultura de Colombia. “En Bogotá le escribí a cuarenta y tres platillos colombianos. Ahora sólo espero recorrer el país al calor de una mamona o una pepitoria”. Vuelven las risas.
“Don Danith”. Lo llama un trabajador. “No, no soy Danith Urango, llámeme, por favor, poeta, que es lo que soy”.